Aunque el ser humano empezó siendo nómada, hoy es casi impensable moverse. La quietud cambió nuestra esencia y ahora, aunque no somos árboles, tenemos raíces. Aún así, de tanto en tanto, las circunstancias nos empujan al viaje. La curiosidad, el aburrimiento, la violencia y el miedo son algunos de los móviles que nos hacen empacar una representación de nuestro hogar en la maleta y lanzarnos al vacío. Las raíces humanas no son vegetales.
Están hechas de tradiciones, de recuerdos, de conceptos, de sentimientos... Nuestra vida no depende de ellas, pues no son un órgano sino una idea, algo intangible a lo que nos hemos aferrado, que nos encadena a un lugar y nos da una sensación de pertenencia. En el desarraigo descubrimos que, a pesar de ser imaginarias, nuestras raíces pesan una tonelada. Sin ellas, seríamos etéreos.
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